lunes, 16 de diciembre de 2019

Eulalio Muñoz de alambrador en Gualjaina a los juegos olímpicos de Tokio 2020




POR : DAMIAN CACERES 
https://twitter.com/DamianCaceres

Tiene 24 años y, junto con su comprovinciano Joaquín Arbe, logró la marca clasificatoria para los Juegos de Tokio 2020. La historia de un chico que buscó trascender las fronteras de Gualjaina, un pueblito chubutense de 900 habitantes.

Dicen que las lágrimas son un reflejo, un espejo luminoso del alma. Tal vez por eso Eulalio Muñoz buscó ocultarlas tras cruzar la meta en el Maratón de Valencia en 2h11m23s, marca que le dio el pasaporte rumbo a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (aunque deberá esperar al próximo 30 de mayo cuando la Word Athletic o IAAF dé la notificación final). Situación que, acaso, no pudo evitar hace unos días cuando se fundió en un abrazo eterno con Clotilde Barrera, su mamá, que fue a recibirlo a Esquel, tras un largo viaje que empezó hace cuatro semanas. Su raid maratoniano, antes de competir en España, lo vio partir hacia Perú para realizar la preparación final en la altura de Huancayo a 3200 metros sobre el nivel del mar y próxima a Lima. Pero, antes de arribar a Perú, debió hacer escala por vía terrestre en Chile. Allí, Coco Muñoz se quedó varado cuatro días por la crisis sociopolítica que se desató por las medidas del presidente neoliberal trasandino, Sebastián Piñera. Por ello, los vuelos no salían de ningún aeropuerto. “Fue todo muy raro porque viajé en auto a Bariloche y de ahí en micro a Chile para tomar el vuelo y no tenía dónde quedarme. Por suerte, José Igor Monacid y Flor Benegas, que fue un atleta importante de Chile (tercera marca histórica de Chile en maratón), me recibieron en su casa y me dieron un lugar para comer y dormir. Salía al balconcito de la casa y veía a la policía reprimiendo con gas lacrimógeno. Fue muy feo lo que vi. No me gustó nada”, recuerda.

No puede evitar sonreír Eulalio. En verdad, no quiere y sus ojos se posan sobre su mamá. “Es que ella me dio todo lo que pudo. Se sacrificó mucho por cada uno de sus hijos (son cuatro hermanos: Antonio, el mayor, Albino, Violeta y Coco, el menor) y, claro, la extrañaba mucho”, le dice Coco a Enganche. La alegría de Muñoz, como si fuera un prócer, se multiplicó en todo Esquel y alrededores. Cuando arribó fue escoltado en un autobomba como si fuera una estrella. Pero, sobre todo, a no más de 100 kilómetros: en Gualjaina, “un pueblito situado en la meseta central de Chubut, un oasis de la estepa patagónica”, se apresura a describir como si fuera un avezado guía turístico. “Viví ahí hasta los 17 años que me fui para Esquel. Mi familia, en realidad, vivía en Costa de Gualjaina, que es a la vera del río y queda a 13km del pueblo y esa distancia la cubríamos casi todos los días a pie. Como era el más chico de todos –agrega–, llegaba llorando y como no me esperaban hacía casi todo el trayecto corriendo”.

Como barreras contenedoras de su vida, la historia de Coco se enmarca a la perfección entre el sacrificio constante y varias carencias. No de afecto, ni de amor. Sino referidas a algunas cuestiones materiales, como podría ser no tener calefacción a gas (usaban leña) o siquiera un televisor. “No pasamos hambre. Mi viejo trabajó en el campo, tenía ovejas y caballos. De chico lo ayudaba en los trabajos rurales. En realidad, mi papá era alambrador y me enseñó el oficio para que lo ayudara”, cuenta. Y añade: “Nos levantábamos y lo primero que hacíamos a las 7 de la mañana era recibir un pedazo de carne con mate que comía él y a nosotros nos hacía cascarilla con leche. Al medio día carne de nuevo, a la tarde mate, y a la noche una sopa con carne. Todo el tiempo nos daba carne. Hoy en día estoy un poco cruzado con comer carne. Como más polenta, arroz y mucha verdura”.


Coco Muñoz no pierde pisada al pelotón en el Maratón de Valencia
En ese entonces, Coco soñaba con una pelota y con hacer apiladas emulando a Maradona. “Empecé a jugar al fútbol a los 8 años en el Club Deportivo Gualjaina. Como no teníamos tele, un amigo nos regalaba las revistas El Gráfico y me las leía al derecho y al revés porque no teníamos tele, algo que llegó a casa a mis 15 años. Entonces había que leer. Leía todo lo que fuera sobre Maradona y quería ser como él porque era un chico de barrio y pudo salir adelante”, explica. “Pensaba que si entrenaba bastante, tal vez, pudiera tener una chance. Cuando mi papá me regaló una pelota, todas las mañanas, salía a patear y patear. En 2011 el club se cierra, desaparece. Como me gustaba salir a correr para estar en forma, me invitaron a una carrera. Fue una carrera de 12km de la escuela y le gané a todos los que ya corrían de Gualjaina. Como gané me invitaron a correr los 5km dentro de la Maratón al Paraíso, una de las carreras más famosas de allá. Me anoté en los 5km y terminé corriendo 21km”, detalla con una envidiable memoria que no precisa de anotaciones ni machetes. Todo fluye en su cabeza con una naturalidad que da la sensación de estar relatando una historia  que ocurrió ayer nomás.

En aquella carrera, ganó su categoría y el hecho de subirse a un podio lo movilizó tanto que tomó una decisión: de una u otra forma, su vida estaría ligada al atletismo. “Terminé entre los primeros con 1h22m. Había ganado Joaquín [Arbe], si no me equivoco con 1h12m. Si estaba a 10 minutos de los mejores pensé que ahí tenía una oportunidad grande. Me dieron una plaqueta grande y dije “fa, esto es lo mío”. Ahí me encontré con Andrea De La Cerda, una profe de allá, y me ofrece entrenarme”. Esos primeros pasos, firmes y con sustento deportivo tangible, cimentaron su deseo visceral por trascender más allá de los límites de un pueblo que no podía contener su deseo de volar. Lo que Coco quería era salir de Gualjaina, viajar, conocer el mundo. Por eso, en 2012, aprovechó un torneo provincial de cross que se disputaba en Esquel y cuyos 3 primeros clasificaban para el torneo nacional que, ese año, se realizaba en Villa María, Córdoba. “Perdí en el remate final, en los últimos 50 metros pero me clasifiqué. Fue mi primer viaje y lo amé por más que haya viajado durante casi dos días. Era la primera vez que salía de Chubut. Ahí conozco a Rodrigo Peláez (su actual entrenador) que estaba con su equipo. Fui eufórico a saludarlo y él, en poco tiempo, se iba a Rotterdam con Karina Neipan, una de las grandes atletas de Chubut. Me felicitó y me entusiasmé,  estaba con Karina y sus nombres siempre salían en la radio. Yo quería eso”, dice.

Tiene 24 años y, junto con su conprobinciano Joaquín Arbe, es uno de los dos maratonistas argentinos que logró  el tiempo clasificatorio para los Juegos de Tokio 2020.
Su atuendo aún poco tenía que ver con el de un atleta. Muñoz vestía siempre shorts de fútbol y zapatillas de lona que no cuajaban en el mundo del atletismo. Y el torneo Nacional de Villa María no iba a ser la excepción: “Fui de nuevo con mi pantalón de la Juventus y mis zapatillas Topper. Tenía una remera de manga larga. Me querían prestar un shorcito muy corto y, como no me gustaba, no me lo puse: ¡tenía todas las piernas peludas! En la última vuelta iba con el pelotón de punta, pero llegué segundo en mi debut, detrás de Nicolás Ávila, un atleta de Laprida”.

Tras ese logro, el nombre de Eulalio Muñoz empezó a hacerse frecuente en sus pagos. Los de afuera de su pueblo le llaman “Gualjaina” para identificarlo. Pero el pibe de Gualjaina no se conformaba. En su cabeza había un plan organizado, un objetivo final y para eso debía dar otro paso. Como su entrenadora se iba a vivir a España, decidió pedirle Peláez, uno de los mejores entrenadores del sur, que tomara las riendas: “Lo fui a ver a Esquel y Rodrigo fue muy claro. Él quería entrenarme pero me tenía que ir a vivir a Esquel ya que él a distancia no entrenaba a nadie porque prefería el contacto diario, para ver la evolución de sus pupilos”.

Coco tenía apenas 17 años y su mamá no quería saber nada con su partida. El éxodo de Eulalio recién se dio en 2013. “Rodrigo se encargó de conseguirme una beca y un lugar para vivir, una pensión. Me dieron un trabajo por $1000: usaba $400 para alquilar la habitación en la pensión y tenía $600 para el resto de mis cosas. Mi viejo, en ese entonces, ya se había vuelto al campo porque se había separado de mi mamá. Si bien ella no quiso y medio que me escapé igual”, apunta. “Mi vida En Esquel se basaba en entrenar, ir al colegio, ir al trabajo al CAF (Centro de Acción Familiar) que implicaba una hora aproximadamente como maestranza, volver al colegio por la equivalencias y volver a entrenar. Así, todos los días. Los viernes me volvía a Gualjaina. Como los viernes me volvía a mi pueblo no hacía una materia que aún me quedó pendiente: química y el año que viene pienso hacerla antes de los Juegos Olímpicos”, continúa y su voz se hace ronca, pierde la fluidez discursiva. De pronto se calla, no quiere llorar. El viaje, la escapada a Esquel significó un quiebre definitivo en su vida. “El 1 de julio de 2013 mi viejo se enferma. Cuando era más joven se cayó de un caballo que terminó patéandolo y eso le dejó dos costillas quebradas que nunca se hizo revisar. Nunca se hizo tratar y de más grande se le hizo un hematoma. Dos días antes de mi cumpleaños, que es el 16 de julio, fallece y fue un golpe. Estaba hacía unos meses en Esquel y me eché la culpa durante mucho tiempo porque el que lo ayudaba era yo. Él tenía un problema: tomaba mucho alcohol y a raíz de ese hematoma le descubrieron un tumor en la cabeza y todo se hizo peor. Estuvo dos semanas en cama y a lo último ni nos reconocía. Se le ponía morfina cada dos horas”, cuenta. La ayuda de su familia y de Rodrigo fueron determinantes. Como en un efecto pinzas, se las ingeniaron para que no se fuera de Esquel. La misión de cuidarlo y contenerlo, reconoce, evitaron que dejara de correr. “En ese momento me quise volver y mi familia junto con Rodrigo me contuvieron mucho. Gracias a ellos entendí que no era mi culpa, yo sentía que lo había abandonado hacía cuatro meses. Me costó dejar de echarme la culpa. Por eso cada vez que cruzo un arco de llegada señalo en cielo y se lo dedico a mi papá porque cada vez que corría me esperaba con un asado como premio. A su manera creo que me comprendía”.

Hoy, la hoja de ruta de Eulalio Muñoz, como si fuera un mapa para emprender la búsqueda del tesoro, corre al ritmo de sus zancadas acompasadas. Casi, con el mismo tranco con el que colocaba alambres por la extensa Patagonia argentina.


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Nota: https://twitter.com/DamianCaceres

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