POR : DAMIAN CACERES
Tiene 24 años y, junto con su comprovinciano Joaquín Arbe,
logró la marca clasificatoria para los Juegos de Tokio 2020. La historia de un
chico que buscó trascender las fronteras de Gualjaina, un pueblito chubutense
de 900 habitantes.
Dicen que las lágrimas son un reflejo, un espejo luminoso
del alma. Tal vez por eso Eulalio Muñoz buscó ocultarlas tras cruzar la meta en
el Maratón de Valencia en 2h11m23s, marca que le dio el pasaporte rumbo a los
Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (aunque deberá esperar al próximo 30 de mayo
cuando la Word Athletic o IAAF dé la notificación final). Situación que, acaso,
no pudo evitar hace unos días cuando se fundió en un abrazo eterno con Clotilde
Barrera, su mamá, que fue a recibirlo a Esquel, tras un largo viaje que empezó
hace cuatro semanas. Su raid maratoniano, antes de competir en España, lo vio
partir hacia Perú para realizar la preparación final en la altura de Huancayo a
3200 metros sobre el nivel del mar y próxima a Lima. Pero, antes de arribar a
Perú, debió hacer escala por vía terrestre en Chile. Allí, Coco Muñoz se quedó
varado cuatro días por la crisis sociopolítica que se desató por las medidas
del presidente neoliberal trasandino, Sebastián Piñera. Por ello, los vuelos no
salían de ningún aeropuerto. “Fue todo muy raro porque viajé en auto a
Bariloche y de ahí en micro a Chile para tomar el vuelo y no tenía dónde
quedarme. Por suerte, José Igor Monacid y Flor Benegas, que fue un atleta
importante de Chile (tercera marca histórica de Chile en maratón), me
recibieron en su casa y me dieron un lugar para comer y dormir. Salía al
balconcito de la casa y veía a la policía reprimiendo con gas lacrimógeno. Fue
muy feo lo que vi. No me gustó nada”, recuerda.
No puede evitar sonreír Eulalio. En verdad, no quiere y sus
ojos se posan sobre su mamá. “Es que ella me dio todo lo que pudo. Se sacrificó
mucho por cada uno de sus hijos (son cuatro hermanos: Antonio, el mayor,
Albino, Violeta y Coco, el menor) y, claro, la extrañaba mucho”, le dice Coco a
Enganche. La alegría de Muñoz, como si fuera un prócer, se multiplicó en todo
Esquel y alrededores. Cuando arribó fue escoltado en un autobomba como si fuera
una estrella. Pero, sobre todo, a no más de 100 kilómetros: en Gualjaina, “un
pueblito situado en la meseta central de Chubut, un oasis de la estepa
patagónica”, se apresura a describir como si fuera un avezado guía turístico.
“Viví ahí hasta los 17 años que me fui para Esquel. Mi familia, en realidad,
vivía en Costa de Gualjaina, que es a la vera del río y queda a 13km del pueblo
y esa distancia la cubríamos casi todos los días a pie. Como era el más chico
de todos –agrega–, llegaba llorando y como no me esperaban hacía casi todo el
trayecto corriendo”.
Como barreras contenedoras de su vida, la historia de Coco
se enmarca a la perfección entre el sacrificio constante y varias carencias. No
de afecto, ni de amor. Sino referidas a algunas cuestiones materiales, como
podría ser no tener calefacción a gas (usaban leña) o siquiera un televisor.
“No pasamos hambre. Mi viejo trabajó en el campo, tenía ovejas y caballos. De
chico lo ayudaba en los trabajos rurales. En realidad, mi papá era alambrador y
me enseñó el oficio para que lo ayudara”, cuenta. Y añade: “Nos levantábamos y
lo primero que hacíamos a las 7 de la mañana era recibir un pedazo de carne con
mate que comía él y a nosotros nos hacía cascarilla con leche. Al medio día
carne de nuevo, a la tarde mate, y a la noche una sopa con carne. Todo el
tiempo nos daba carne. Hoy en día estoy un poco cruzado con comer carne. Como
más polenta, arroz y mucha verdura”.
Coco Muñoz no pierde pisada al pelotón en el Maratón de
Valencia
En ese entonces, Coco soñaba con una pelota y con hacer
apiladas emulando a Maradona. “Empecé a jugar al fútbol a los 8 años en el Club
Deportivo Gualjaina. Como no teníamos tele, un amigo nos regalaba las revistas
El Gráfico y me las leía al derecho y al revés porque no teníamos tele, algo
que llegó a casa a mis 15 años. Entonces había que leer. Leía todo lo que fuera
sobre Maradona y quería ser como él porque era un chico de barrio y pudo salir
adelante”, explica. “Pensaba que si entrenaba bastante, tal vez, pudiera tener
una chance. Cuando mi papá me regaló una pelota, todas las mañanas, salía a
patear y patear. En 2011 el club se cierra, desaparece. Como me gustaba salir a
correr para estar en forma, me invitaron a una carrera. Fue una carrera de 12km
de la escuela y le gané a todos los que ya corrían de Gualjaina. Como gané me
invitaron a correr los 5km dentro de la Maratón al Paraíso, una de las carreras
más famosas de allá. Me anoté en los 5km y terminé corriendo 21km”, detalla con
una envidiable memoria que no precisa de anotaciones ni machetes. Todo fluye en
su cabeza con una naturalidad que da la sensación de estar relatando una
historia que ocurrió ayer nomás.
En aquella carrera, ganó su categoría y el hecho de subirse
a un podio lo movilizó tanto que tomó una decisión: de una u otra forma, su
vida estaría ligada al atletismo. “Terminé entre los primeros con 1h22m. Había
ganado Joaquín [Arbe], si no me equivoco con 1h12m. Si estaba a 10 minutos de
los mejores pensé que ahí tenía una oportunidad grande. Me dieron una plaqueta
grande y dije “fa, esto es lo mío”. Ahí me encontré con Andrea De La Cerda, una
profe de allá, y me ofrece entrenarme”. Esos primeros pasos, firmes y con
sustento deportivo tangible, cimentaron su deseo visceral por trascender más
allá de los límites de un pueblo que no podía contener su deseo de volar. Lo
que Coco quería era salir de Gualjaina, viajar, conocer el mundo. Por eso, en
2012, aprovechó un torneo provincial de cross que se disputaba en Esquel y
cuyos 3 primeros clasificaban para el torneo nacional que, ese año, se
realizaba en Villa María, Córdoba. “Perdí en el remate final, en los últimos 50
metros pero me clasifiqué. Fue mi primer viaje y lo amé por más que haya
viajado durante casi dos días. Era la primera vez que salía de Chubut. Ahí
conozco a Rodrigo Peláez (su actual entrenador) que estaba con su equipo. Fui
eufórico a saludarlo y él, en poco tiempo, se iba a Rotterdam con Karina
Neipan, una de las grandes atletas de Chubut. Me felicitó y me entusiasmé, estaba con Karina y sus nombres siempre
salían en la radio. Yo quería eso”, dice.
Tiene 24 años y, junto con su conprobinciano Joaquín Arbe,
es uno de los dos maratonistas argentinos que logró el tiempo clasificatorio para los Juegos de
Tokio 2020.
Su atuendo aún poco tenía que ver con el de un atleta. Muñoz
vestía siempre shorts de fútbol y zapatillas de lona que no cuajaban en el
mundo del atletismo. Y el torneo Nacional de Villa María no iba a ser la
excepción: “Fui de nuevo con mi pantalón de la Juventus y mis zapatillas
Topper. Tenía una remera de manga larga. Me querían prestar un shorcito muy
corto y, como no me gustaba, no me lo puse: ¡tenía todas las piernas peludas!
En la última vuelta iba con el pelotón de punta, pero llegué segundo en mi
debut, detrás de Nicolás Ávila, un atleta de Laprida”.
Tras ese logro, el nombre de Eulalio Muñoz empezó a hacerse
frecuente en sus pagos. Los de afuera de su pueblo le llaman “Gualjaina” para
identificarlo. Pero el pibe de Gualjaina no se conformaba. En su cabeza había
un plan organizado, un objetivo final y para eso debía dar otro paso. Como su
entrenadora se iba a vivir a España, decidió pedirle Peláez, uno de los mejores
entrenadores del sur, que tomara las riendas: “Lo fui a ver a Esquel y Rodrigo
fue muy claro. Él quería entrenarme pero me tenía que ir a vivir a Esquel ya
que él a distancia no entrenaba a nadie porque prefería el contacto diario,
para ver la evolución de sus pupilos”.
Coco tenía apenas 17 años y su mamá no quería saber nada con
su partida. El éxodo de Eulalio recién se dio en 2013. “Rodrigo se encargó de
conseguirme una beca y un lugar para vivir, una pensión. Me dieron un trabajo
por $1000: usaba $400 para alquilar la habitación en la pensión y tenía $600
para el resto de mis cosas. Mi viejo, en ese entonces, ya se había vuelto al
campo porque se había separado de mi mamá. Si bien ella no quiso y medio que me
escapé igual”, apunta. “Mi vida En Esquel se basaba en entrenar, ir al colegio,
ir al trabajo al CAF (Centro de Acción Familiar) que implicaba una hora
aproximadamente como maestranza, volver al colegio por la equivalencias y
volver a entrenar. Así, todos los días. Los viernes me volvía a Gualjaina. Como
los viernes me volvía a mi pueblo no hacía una materia que aún me quedó
pendiente: química y el año que viene pienso hacerla antes de los Juegos
Olímpicos”, continúa y su voz se hace ronca, pierde la fluidez discursiva. De
pronto se calla, no quiere llorar. El viaje, la escapada a Esquel significó un
quiebre definitivo en su vida. “El 1 de julio de 2013 mi viejo se enferma.
Cuando era más joven se cayó de un caballo que terminó patéandolo y eso le dejó
dos costillas quebradas que nunca se hizo revisar. Nunca se hizo tratar y de
más grande se le hizo un hematoma. Dos días antes de mi cumpleaños, que es el
16 de julio, fallece y fue un golpe. Estaba hacía unos meses en Esquel y me
eché la culpa durante mucho tiempo porque el que lo ayudaba era yo. Él tenía un
problema: tomaba mucho alcohol y a raíz de ese hematoma le descubrieron un
tumor en la cabeza y todo se hizo peor. Estuvo dos semanas en cama y a lo
último ni nos reconocía. Se le ponía morfina cada dos horas”, cuenta. La ayuda
de su familia y de Rodrigo fueron determinantes. Como en un efecto pinzas, se
las ingeniaron para que no se fuera de Esquel. La misión de cuidarlo y
contenerlo, reconoce, evitaron que dejara de correr. “En ese momento me quise
volver y mi familia junto con Rodrigo me contuvieron mucho. Gracias a ellos
entendí que no era mi culpa, yo sentía que lo había abandonado hacía cuatro
meses. Me costó dejar de echarme la culpa. Por eso cada vez que cruzo un arco
de llegada señalo en cielo y se lo dedico a mi papá porque cada vez que corría
me esperaba con un asado como premio. A su manera creo que me comprendía”.
Hoy, la hoja de ruta de Eulalio Muñoz, como si fuera un mapa
para emprender la búsqueda del tesoro, corre al ritmo de sus zancadas
acompasadas. Casi, con el mismo tranco con el que colocaba alambres por la
extensa Patagonia argentina.
Gracias a la gentileza: https://enganche.com.ar/
Nota: https://twitter.com/DamianCaceres
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