Enrique Febbraro logró imponer la fecha en el país y también
en España, Brasil y Uruguay. Su opinión: “Si tiene 5 amigos, dese por
satisfecho”.
La idea se le ocurrió en el mismo instante en que el hombre
puso un pie sobre la Luna. “Un pequeño paso para el hombre y un gran salto para
la humanidad”, decía Neil Armstrong. Al verlo en el televisor de su casa de
Lomas de Zamora, Enrique Ernesto Febbraro no dudó: ese 20 de julio de 1969
tenía que ser el comienzo para crear el Día Internacional del Amigo.
La nave Apolo 11 todavía estaba en órbita cuando Febbraro
tomó lápiz y papel y escribió mil cartas que envió a cien países distintos.
Socio fundador del Rotary Club de San Cristóbal, no le resultó difícil
encontrar “contactos” en un mundo que todavía no creía en naves espaciales. Le
respondieron 700 personas que se sumaron a la idea de dedicar un día a celebrar
la amistad. Además de la Argentina, Febbraro logró que su idea se festeje también
en España, Brasil y Uruguay.
"Viví el alunizaje del módulo como un gesto de amistad
de la humanidad hacia el universo y al mismo tiempo me dije que un pueblo de
amigos sería una nación imbatible. ¡Ya está, el 20 de julio es el día
elegido!", les explicó a sus destinatarios.
“Profesor de psicología, filosofía, historia, músico y
odontólogo”, decía en su currículum en la página del Rotary. El hombre falleció
el 4 de noviembre del 2008, pero como legado dejó también sus mandamientos para
conservar la amistad: “Un amigo no aconseja, se mete en el problema, se
embrolla, y ayuda al otro”, es el primero de ellos. También, sostiene que un
amigo es quien “acompaña siempre: en la soledad, el dolor o la alegría”. Pero,
además, Febbraro aporta una regla de oro: “La amistad es casta: si se mezcla
con sexo, ya es otra cosa. Y tanto con un hombre, como con una mujer, tiene que
estar fundada en el respeto”. Y aclara que un padre puede dar consejos pero que
“jamás será un amigo”.
Febbraro, quien nació en el barrio porteño de San Cristóbal
—pero vivió 25 años en Lomas—, fue profesor de Psicología, músico y odontólogo.
Estudió filosofía y trabajó de periodista. Dos veces fue candidato al Premio
Nobel de la Paz. Su padre, que se llamó igual que él, era amigo de personajes
célebres de la bohemia porteña de ese tiempo: Borges, Leopoldo Lugones, Enrique
Santos Discépolo y Homero Manzi. Y cuando era un chico, Enrique supo ser el
cebador de los mates que animaban las charlas entre ellos. Esa fue la fuente de
la que bebió este ideólogo de la amistad, un ciudadano ilustre del mundo.
En su última entrevista, dada al diario La Voz del Interior,
le preguntaron “¿Qué es la amistad?” y Febbraro respondió:
- Es la virtud más sobresaliente porque es desinteresada de
todas maneras. Una virtud que se hace notar sobre determinadas personas y que
se acaba. En cambio, el amigo es una persona real, que ronca, que tiene mal
carácter y que uno lo aguanta porque lo conoce. El amigo es otro cuero. La
amistad es una cuestión teórica. Porque por más amistad que yo tenga en el
espíritu, a la hora de mi muerte voy a necesitar seis tipos que lleven mi cajón
y van a ser amigos. Y en la alegría también. Si quiero hacer un asadito en mi
casa, ¿a quién voy a traer? A la gente que me quiere y que quiero.
- ¿Tiene muchos amigos?
- El número de amigos que uno debe tener está señalado por
los dedos de la mano izquierda. Si usted tiene cinco amigos, ya dese por
satisfecho porque ha conseguido la mayor joya. Eso de que yo quiero tener un
millón de amigos es el bolazo más grande que escuché, porque al amigo hay que
atenderlo en las cosas de la vida, hay que acompañarlo en el espíritu, hay que
serle generoso, recordarlo, visitarlo y estar junto a él no sólo para las
fiestas, sino siempre.
Fuente: CLARIN
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