lunes, 9 de febrero de 2015

Elisa Forti, una legendaria de El Cruce, ya tiene su medalla

El reloj marca las 18.25 y una figura aparece a unos 100 metros de la llegada. Es Elisa Forti y muy cerca su nieto Lihuel. Cruzan el arco de llegada y en medio de aplausos se funden en un conmovedor abrazo.

Doña Elisa despliega un histrionismo que hasta ella misma desconocía. En rigor, los aplausos se multiplican a lo largo de los 3 km que unen el puerto con la meta. Hay corredores que la divisan y deciden terminar la carrera con ella. A su ritmo. Ella comanda unos nutridos grupos de corredores que la sigue. No les importa el tiempo. Quieren ser testigos de una verdadera proeza. Un ejemplo que cautivó a todos. “Esto no me lo quiero perder. Esto no me lo voy a perder”, lanza un participante. Y Elisa continúa en compañía de su nieto Lihuel, su fiel compañero que la siguió a lo largo de una aventura de casi 100 km y dos campamentos que le dejaron grandes enseñanzas.

ELISA Y lIHUELLa emoción de Elisa es la emoción de todo El Cruce. Elisa es un símbolo de 80 años que corre a paso lento pero con la plena convicción de dar un paso y otro y otro. A ella poco le importa cuánto tiempo demora en unir cada enlace de la carrera de montaña por etapas más convocante de estas latitudes.

“En este Cruce me di cuenta que contagiopasión en las personas. Todo el mundo me apoyó y me emocionó mucho la compañía permanente que me dieron. Fue una linda locura”, dice ni bien le cuelgan la medalla de finisher. Una presea que tiene un peso enorme para la nona que corre. Esta vez, en su segunda participación en El Cruce, decidió correr en la modalidad Solos. Sin embargo, Lihuel Forti, su nieto de 19 años, la acompañó en cada paso que dio su nona. “No me tenía fe. Pensé que no llegaba. Hacerlo es un orgullo enorme. Uno conoce a su nieto, pero en estos días lo tuve mucho más cerca y lo conocí un montón a Lihuel”, cuenta mientras se funde en un conmovedor abraza con Lihuel.

Pasan los minutos y el aplauso cerrado continúa. Se hace muy largo en la meta. Es una música que suena extraña en medio de la naturaleza, pero Elisa se lo merece por más que a ella le siga provocando cierto pudor. “El Cruce genera mucha camaradería. No sólo en mi caso que mi historia se conoció bastante por la edad que tengo. Acá todos se ayudan de una manera tan linda que conmueve”, advierte con ironía. Y añade:“ Ahora tengo ganas de descansar un poco para recargar energías porque me gustaría seguir corriendo. Si Dios quiere nos vemos en 2016″.

Las frases no pasan inadvertidas para nadie. La cola para sacarse una foto con la legendaria Elisa se hace cada vez más larga. Más de 30 personas esperan luego de correr 32 km. El cansancio no importa. Llevarse un retrato con la nona que corre vale es un regalo que quedará para toda la vida.

Informe :newselcruce.com

Foto: Diego Winitzky para El Cruce Columbia

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