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viernes, 20 de septiembre de 2019

Ayudemos el atletismo de pista, campo y calle en la Argentina ( Antonio Fabian Silio)

El pasado 24 de agosto, tras el paso de la brillante carrera de la Media de Maratón de Buenos Aires organizada por la Fundación Ñandú, lancé una propuesta para instalar un debate acerca de lo que podemos hacer para mejorar la situación del atletismo de pista, campo y calle en la Argentina.
Quizás muchos se sorprendieron al ver una nota crítica remitida por mí, pero lo cierto es que fue algo que nació espontáneamente. No conllevaba ninguna búsqueda de reconocimiento, ni tampoco “ponerle el palo en la rueda” a nadie.
No quiero caer en el hecho de tener que enumerar los logros deportivos que he cosechado, puesto que no tengo ningún interés de reconocimiento o protagonismo. Soy un agradecido de lo que el mismo atletismo argentino me dio, y sobre todo, de la figura de Manolo Rivera, mi gran maestro. El atletismo me cambió la vida y solo tengo gratitud para lo que considero mi deporte.
Sin embargo, me gustaría puntualizar algo de mi historia en cuatro párrafos.
Comencé a entrenar con Manolo en 1986, luego de haberme formado en Entre Ríos por Roque López (en humildes condiciones y sin pista sintética, en Nogoyá) y de haber entrenado por un breve período con Domingo Amaisón (ya en Buenos Aires). Manolo, como el gran maestro que fue, tuvo una visión y entendió, en 1989, en un momento de crisis económica y política que el país vivía (similar a este) que debíamos buscar la forma de elevar nuestro rendimiento. Fundamos la Agrupación Los Ñandúes, luego de que GEBA nos comunicara que no iba a continuar con el apoyo que nos daba, y así salimos a probar suerte en España. Probar suerte no es una frase; nos lanzamos a la aventura junto a Marcelo Cascabelo, empleando nuestros ahorros y sin respaldo económico oficial.
Durante esos primeros meses apenas sobrevivíamos (al igual que el querido atleta uruguayo Ricardo Vera, finalista olímpico y mundial en obstáculos, quien llegó a Madrid una semana después que nosotros, en abril de 1989). Los contactos de Manolo nos salvaron del fracaso de tener que volver con las manos vacías. Poco a poco tuvimos la fortuna de que las marcas nos empezaron a salir (habíamos realizado una gran pretemporada) y así nos fuimos acomodando mejor. En junio de 1989 fichamos por el club Larios y eso nos dio un gran respiro.
El atletismo argentino estaba en crisis. Compitió con un equipo reducido en el Sudamericano de Medellín. La altura de la sede hizo que se priorizara la inclusión en el equipo de velocistas, saltadores, lanzadores y atletas de combinadas, quienes tuvieron una muy buena actuación. Marcelo Cascabelo y yo no fuimos convocados, pese a que nuestras marcas eran sobresalientes: Marcelo culminó la temporada como el número uno del ranking sudamericano en 3000 metros con obstáculos y yo fui primero en 5000 y segundo en 10000 metros.
La CADA siempre nos trató con corrección, pero no se volcó nunca a apoyarnos totalmente. El Enard no existía y el escaso apoyo que la Confederación recibía le llegaba desde el Estado (Secretaría de Deportes y Comité Olímpico). Nuestra primera convocatoria para representar al país, desde que nos fuimos en 1989 llegaría recién al año siguiente, para el Mundial de Cross y el Iberoamericano de Manaos.
Lo común entre aquellos años y estos lo marcan las crisis (económicas y políticas). También que el atletismo (como casi todo el deporte amateur o cuasi amateur en la Argentina) sigue dependiendo de la ayuda del Estado. Pese a que se buscan soluciones para generar más aportes, no logramos tener una ley impositiva que premie a aquellos que lo apoyen ni tampoco tenemos un plan para atraer inversiones mejorando el marketing, la imagen y la difusión de nuestros atletas y nuestro atletismo en general.
Entonces, parte de la solución puede estar a través de las pruebas de calle, sobre todo de estas pruebas que tan bien organizadas están y que cuentan con un apoyo empresarial muy importante.
Estoy realizando un estudio para elevar una propuesta que nos pueda ayudar a recaudar fondos genuinos a través de las pruebas de calle. Espero terminarlo en las próximas semanas. Quiero enviárselo a las autoridades como una forma de colaborar y de brindar mi aporte y experiencia. Quizás funcione. Quizás no. Sin embargo, lo intentaré.
Estoy convencido de que si podemos organizar una Media Maratón de nivel mundial y una Maratón de 2:05 (la tercera más rápida en la historia de la prueba en el continente americano), también podremos organizarnos para mejorar las condiciones de nuestro deporte.
El objetivo, aunque utópico, es que nadie se tenga que ir del país a buscar un quijotada porque no hay apoyo, o que alguien deba quemar sus pocos ahorros con la esperanza de sobresalir en nuestro hermoso deporte.
Luego de mi carta anterior no he recibido respuesta de la CADA, el Comité Olímpico, el Enard o la Secretaría de Deportes. Poca gente que trabaja en las estructuras del atletismo se ha acercado; tampoco lo ha hecho ningún medio de comunicación importante.
Pero sí he recibido una muy buena respuesta de la gente que busca un cambio. Que quiere correr una gran Maratón en las calles de Buenos Aires (y en otros puntos del país), pero que también quiere ver a sus referentes en los mejores torneos del mundo, soñando con llegar a un podio olímpico, algo que no conseguimos desde 1952, justamente a través de un corredor de Maratón, Reinaldo Gorno, plata en Helsinki.
Tenemos una historia muy rica en el atletismo de fondo. Allí están los inolvidables triunfos olímpicos de Juan Carlos Zabala en 1932 y Delfo Cabrera en 1948. Ellos son nuestros héroes, nuestros medallistas olímpicos en el atletismo de fondo, a los que se suman Luis Brunetto (plata en Salto Triple en 1924) y Noemí Simonetto (plata en Salto en Largo en 1948).
Zabala, Cabrera y Gorno, junto a otros grandes como José Ribas, Eusebio Guíñez, Armando Sensini, Osvaldo Suárez o el propio Amaisón han escrito las páginas más gloriosas del atletismo de fondo en la Argentina.
Debo reconocer que sí me llamaron desde la Fundación Ñandú con el objetivo de entender cuál era el sentido de mi carta del 24 de agosto. Luego no me han contactado.
Me gustaría expresar que conozco la Fundación Ñandú, ya que colaborado con ellos. En algún momento profundizaré sobre mi paso por la Fundación Ñandú, si es que alguien piensa que estoy actuando por rencor, cosa que no es así.
Me moviliza el amor hacia el atletismo, el deporte que me cambió la vida. Sigo esperando que me inviten a participar. Que los entes que realizan las carreras más importantes se acerquen con alguna propuesta y que haya más atletas (de fondo, de pista y campo) que se quieran sumar a esta iniciativa.
Lo que consigamos no será para mí, puesto que esto no se trata de mí, ni debería tener el nombre de nadie. El único objetivo es el de tratar de mejorar las condiciones de nuestro atletismo.
Antonio Silio
15 de septiembre de 2019


Foto: archivo de deportes villa adela - Roman Rodriguez